El que fuera presidente de los
Estados Unidos saltó a la fama no solo por ocupar uno de los puestos de poder
más codiciados de la vida política norteamericana, sino también por los casos
de corrupción ligados a su mandato. Sin embargo, cuando hablamos de Nixon
nos estamos refiriendo a una de las mentes más complejas y brillantes.
Brillantez que dejó entrever en su política económica, en la gestión de sus
momentos más complicados… y en el póker.
Sí, Nixon era un gran jugador
de póker e incluso llegó a acumular una importante cantidad de dinero
gracias a su habilidad con él que utilizó para impulsar su carrera política.
Richard Nixon nació el 9 de enero
de 1913 en California. La casa donde vivía fue vendida en 1922 y toda la
familia se mudó a Whittier, donde sus padres abrieron una gasolinera y un colmado
con los que ganar algo de dinero y cubrir las necesidades de la familia.
Richard acabó el tercer año de la
educación secundaria con muy buenas notas y varios reconocimientos. Obtuvo
gracias a ello el premio Harvard Club de California y se le otorgó una
beca para la Universidad de Harvard. No obstante, la situación económica de la
familia era precaria y se vieron obligados a renunciar a ella. Eso llevó al
joven Richard al Whittier College.
Unos años más tarde, Nixon siguió
sacando notas sobresalientes y se le concedió una beca para ir a la Facultad de
Derecho de la Universidad de Duke, en Carolina del Norte. Esta sí la aceptó, se
graduó y después volvió a Whittier para pasar a formar parte del Colegio de
Abogados de California. Estuvo ejerciendo como abogado en Wingert &
Bewley, el que era por aquel entonces el bufete de abogados más importante de
la ciudad.
En cuanto a su vida amorosa,
Nixon se casó en 1940 con una mujer llamada Patricia Ryan. En 1942 se mudaron a
Washington D.C., ya que Nixon se unió a la recién creada Oficina de
Administración de Precios, donde ejerció como abogado.
Pero esa vida de abogado pronto
cesó. Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, Nixon se unió a la
Marina y fue asignad a un puesto de combate en el Pacífico Sur, expuesto
constantemente a bombardeos japoneses. Sin embargo, pronto supo encontrar
momentos tranquilos para entablar amistad con sus compañeros de filas. En ese
entorno es donde empezó a surgir su afición por el póker, juego en el que
pronto empezó a despuntar.
Con el paso de los años, y a
pesar de que en su familia el juego estaba mal visto, Nixon se convirtió
en un gran jugador de póker. Gracias a su habilidad empezó a hacerse con
premios importantes en partidas de aficionados, sobre todo el Five Card Stud,
modalidad de la que aprendió de sus compañeros.
Nixon llegó a la Marina sin saber
jugar al póker, pero pronto aprendió a desenvolverse en las partidas que
jugaban sus compañeros. Para Nixon, el póker pronto dejó de ser un
juego. Su faceta competitiva salió a relucir, y Nixon usó su habilidad para
jugar mejor, perfeccionar su habilidad y obtener ganancias.
La experiencia acumulada por
Nixon en el ejército, su altísimo nivel de competitividad, y el hecho de
que pudiese perfeccionar sus habilidades para mejorar su juego pronto dieron
resultado. No por nada, Nixon pasó días observando, mirando cómo jugaban los
demás.
Su amigo James Stewart le dijo
que la clave era retirarse de la mano aproximadamente 9 de cada 10 veces,
es decir, jugar solamente cuando creas que tienes las mejores cartas. Una forma
de jugar aburrida para algunos pero que encandiló a Nixon, prendado del alto
componente estratégico del juego y que le permitía cumplir su meta: ganar algo
de dinero. Si no, el póker no le interesaba.
Nixon fue desarrollando su
juego hasta convertirse en un verdadero tiburón. En muy poco tiempo,
aprendió a jugar al póker como un profesional y eso le permitió amasar la
suficiente cantidad de dinero como para sufragar buena parte de los gastos de
su primera campaña electoral.
La clave en el caso de la figura
de Nixon es que se tomó el póker como si fuera un trabajo, tal y como hacen los
jugadores profesionales. Ganar dinero era lo que motivaba a Nixon a
jugar. Si no, no le interesaba. Él no iba a probar suerte, iba a ganar, y eso
definió su estilo de juego y su manera de entender la vida. Richard Nixon era
ambicioso, contundente. Un vencedor que no consideraba la posibilidad de
perder. Por eso, muchos definen el final de su vida política como poco menos
que una tragedia.
Desde luego. Nixon era un
tiburón de los grandes. En tiempo récord aprendió a calcular los outs y a
leer el juego de sus rivales. De hecho, en sus memorias él mismo señaló que
“encontró el póker instructivo, entretenido y rentable.
Aprendió que las personas que
tienen las cartas suelen ser las que hablan menos y los que son más suaves; los
que fanfarronean tienden a hablar en voz alta y a delatarse”. Un principio que
le sirvió para calar a la gente y que le hizo un gran conversador, capaz
de calar a la gente en minutos.
Esa habilidad innata para leer
las debilidades de los rivales fue la que propició que Nixon acabara siendo un
tiburón en el póker. Jamás mostró temor ante un farol. James Udall, que
estuvo en el ejército con Nixon, dijo de él que era el mejor jugador de póker
contra el que había jugado jamás.
Cuando su trayectoria en la
Marina había terminado, Nixon volvió a casa con 8.000 dólares. Una
cantidad que, teniendo en cuenta el nivel de vida y los niveles de inflación y
del valor de los bienes de consumo, equivaldrían a más de 100.000 dólares
actuales.
Aunque en un primer momento la
idea de Nixon era comprar una casa junto a su esposa, la misiva de Herman Perry
animándole a presentarse para ocupar un escaño en el Congreso en el Distrito
12 de California hizo que invirtiese el dinero en su campaña, algo
que salió bien, dado que acabó derrotando a Voorhis. Gracias al póker, Nixon
entró en la antesala que le catapultaría hasta la presidencia de los Estados
Unidos, la cual ocupó de forma oficial el 20 de enero de 1969.
Nixon no fue el único presidente que amaba el póker o lo relacionaba con
la política. Warren Harding accedió a su “gabinete de póker” dos veces por
semana con cigarros y whisky de contrabando, desafiando la Prohibición, lo que
generó rumores de que una vez se
jugó parte de la porcelana de la Casa Blanca.
Harry Truman fue el presidente más públicamente identificado con el
póker, lo que parecía natural para
un nativo de Kansas City. Churchill había jugado al póker durante décadas.
“Este hombre es cauteloso y probablemente sea un excelente jugador”, había
advertido Truman en voz baja a sus asesores.
“La reputación del póker estadounidense está en juego y espero que todos
cumplan con su deber” declaró el presidente
John F. Kennedy, en 1962, cuando se
enfrentó al líder soviético Nikita Khrushchev, quien accedió a regañadientes a
retirar las armas soviéticas de Cuba durante la crisis de los misiles. El
vicepresidente Lyndon Johnson resumió en privado la actuación de J.F.K.
diciendo: “Había sabido jugar un buen farol”.
Lamentablemente para Nixon, las cartas de la baraja en la vida política
acabarían por no serle favorable, y su
carrera acabaría de manera abrupta
cinco años más tarde con el estallido del “Caso Watergate”, auspiciado por los
periodistas de The Washington Post Bob Woodward y Carl Bernstein, que propició
la dimisión de Nixon en 1974.
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